Buen genio

Buen genio

Cuento de Escandinavia y Países Bálticos

  Había una vez un matrimonio en el que marido y mujer, pobres y ya viejos, vivían contentos y felices, dispuestos siempre a encontrar muy bien hecho lo que cada cual hiciera y a mostrarse en todo de acuerdo, con cara siempre de fiesta.


  Vivían en una humilde cabaña y tenían un caballo, todavía brioso (con fuerza), que prestaban a los vecinos de la aldea siempre que alguno de ellos lo necesitaba para labrar sus tierras o para ayudar al acarreo de la hierba en la época de la cosecha.  A cambio de estos favores recibían los dos viejos algún que otro presente de las matanzas de cerdos para San Martín y, en el verano, algún regalo de las ferias que se celebraran en los pueblos próximos.  Así pasaban la vida felices y contentos sin envidiar otras riquezas.



  Un día de feria en el pueblo cercano, dijo el viejo a su mujer:

  --¿Qué te parecería si fuera a vender el caballo en la feria? Somos ya viejos, podemos necesitar cualquier día la ayuda de algunos ahorros, y si queremos vender entonces nuestro caballo no nos darán por él lo que vale.
  --Muy bien pensado.  Has tenido una gran idea -dijo la mujer.  Y se dispuso a preparar el traje nuevo de su marido.


  Montó el viejo a caballo y se encaminó a la feria.  Aun no se había alejado mucho de la aldea, cuando se cruzó con un mozo (joven) que conducía una vaca no muy grande ni muy gorda, pero que tenía el pelo lustroso y los cuernos bien torcidos.



  Se detuvo el viejo a mirar el bonito animal, al tiempo que preguntaba:

  --Oiga, mozo, ¿da mucha leche esa vaca?
  --Cinco litros suele dar cada vez que se la ordeña, y se la puede ordeñar 2 o tres veces al día si se le echa buena pastura.
  --De eso no le ha de faltar si yo la tengo -dijo el viejo.  Y añadió--: ¿Quiere que hagamos un cambio? Yo le dare mi caballo y usted me dará la vaca.  Mi mujer se pondrá muy contenta.  Podrá hacer queso y mantequilla y podremos tomar café con leche.


  Aceptó el mozo, y el viejo siguió su camino con la vaca lustrosa y mansa.



  Así iba entretenido, viendo a la vaca comer la hierba fresca de los ribazos (trozos de prado en pendiente), cuando encontró a un muchacho que a duras penas podía hacer andar a un cerdo gordo y pesado que llevaba a la feria.



  El buen hombre se paró admirado por la redondez del hermoso tocino, y preguntó al muchacho cuánto podría pesar y cuantas arrobas (antigua medida para pesar) de morcillas y chorizos daría para la época de la matanza.

  --¡Oh!, de eso no hablemos, que no es fácil hacer cuentas; pero aseguro que no habrá otro como este en toda la feria.  Es un puerco premiado en un concurso.
  --¿Premiado? Oye muchacho, quisiera dar una alegría a mi mujer.  ¡Qué orgullosa estará de tener un animal premiado en un concurso! ¿Quieres cambiarme el cerdo por la vaca?.


  Pensó un momento el muchacho, accedió al cambio y se alejó pronto con la vaca, antes de que el viejo tuviera tiempo de arrepentirse.



  No había andado aún cien pasos el buen hombre, detenido a cada momento por el lento y pesado andar del puerco, cuando paso por allí cerca un niño pequeño que traía en brazos un hermoso ganso de brillantes plumas, blanco y grande como un cisne.



  El viejo campesino se quedó embelesado, pensando en las noches de invierno, frias de nieves y huracanes.  Pensó en su mujer, arrecida en la cama sin un endredón caliente y blando, y preguntó enseguida:

  --Oye chico, bien me podrías cambiar ese ganso por este puerco.  Tu saldrás ganando y yo estaría muy contento.

  Aunque un tanto extrañado por esta proposición, el chico se decidió al momento y quedó hecho el cambio.


  Continuó el aldeano su camino con el precioso ganzo en brazos y, antes de llegar a la feria, encontró a una mozuela que portaba sobre la cabeza una cesta en la que se recostaba una gallina gorda y ancha, de cortas patas y plumaje limpio.  El viejo se detuvo a hablar con ella y, al reparar en la gallina que traía, empezó a preguntarle si era buena ponedora (si ponia muchos huevos).  A lo que la muchacha respondió:

  --Es tan buena esta gallina, que no falta a su costumbre de poner un huevo cada día y, en cuanto a comer, se contenta con las migajas que caen de la mesa, si hay además un poco de hierba en el corral.


  Olvidó el buen hombre en el acto lo que antes le había ilusionado, y cambió el ganso por la gallina, pensando en la alegría de su mujer al recoger y guardar los huevos y cuidar los polluelos recien nacidos.



  Llegó asi a la feria y fue derecho a una posada donde descansar y beber un vaso de cerveza.  Al poco rato vino a sentarse a su lado un aldeano que traia un gran saco cargado al hombro, y asi que el viejo le dijo:

  --¡Hola amigo!, ¿qué traes en ese saco tan lleno y pesado?
  --No son más que manzanas podridas de las que caen en los árboles -contestó el aldeano--.  Serán buena comida para nuestros cerdos.
  --¿Y todo el saco está lleno de manzanas podridas? Mira amigo, te voy a proponer una cosa.  Si tu me das ese saco de manzanas, yo te daré a cambio esta hermosa gallina.  Tengo ganas de darle una sorpresa agradable a mi mujer (si claro).  En nuestro huerto no hay más que un manzano que solo da para la cosecha una manzana verde y arrugada que no llega nunca a madurar.  Mi mujer coge esta manzana y la guarda cuidadosamente en su armario y la contempla diciendo: "Hemos de conformarnos.  Una manzana mala es, al fin y al cabo, un pequeño regalo".  Y yo quisiera llevarle hoy un gran regalo de manzanas malas.  ¡Se pondrá tan contenta! 
(Si ese es un gran regalo no quiero saber que haría si se enoja con la vieja).


  Se hizo el cambio y quedó el saco en poder del nuevo dueño.  Todo lo cual fue visto por 2 ingleses ricos que allí había, los cuales, dispuestos a reírse de un hombre tan necio, le preguntaron por el negocio que había hecho en la feria.  Contó el viejo todo lo que le había pasado desde que salió de su casa, y cómo el caballo, después de tantos cambios, se había convertido en el saco de manzanas podridas; y los ingleses, sin poder contener la risa ante tanta simpleza (tontería) le dijeron entre bromas:

  --Ya verás cuando vuelvas a la casa.  Será de ver la paliza que te dé tu mujer.
  --¿A mí? ¿Paliza? No conocen a mi mujer.  Estoy seguro que encontrará bien todo lo que he hecho (esa es la suerte)...


  Cuando oyeron eso, los ingleses, muy fanáticos de las apuestas, dijeron:

  --A ver, señor infeliz, te apostamos un saco de oro contra el saco de manzanas a que tu mujer se enfada cuando le cuentes en lo que ha venido a parar el caballo despues de tantos cambios.
  --Esta bien; vamos a probar -contestó el viejo.


  Mandaron los ingleses aparejar los caballos y preparar su coche y se acomodaron en él con el viejo aldeano sin olvidar el saco de oro y el de manzanas.  No tardaron en llegar a la cabaña del buen hombre, y la mujer, que había salido a la puerta al oir tanto ruido, se quedó muy extrañada al ver a su marido en compañía de aquellos forasteros, pero al momento vino a saludarlos con mucha cortesía y tendió las manos a su esposo que las estrechó con alegría diciendo:

  --Ya estoy de vuelta de mis negocios.
  --Ya veo que vuelves contento.  Tu sabes manejar muy bien los asuntos (por supuesto que si...). ¿Qué hiciste del caballo? 
  --Pues por el camino lo cambié por una vaca.
  --¡Ah! qué bien.  Ya decía yo que tu sabes mucho.  Ahora podremos tomar café con leche, tendremos mantequilla y quesos..  Una vaca es una verdadera riqueza.
  --Si, pero despues cambié la vaca por un hermoso cerdo premiado en un concurso.
  --¡Magnífica idea! Así tendremos tocino y perniles bien curados y grandes tiras de embutidos.  Nunca pense que pudiéramos tener tantas cosas buenas.
  --Todo eso habríamos tenido, pero cambié el cerdo por un ganso.
  --¿Eso hiciste? ¡Válgame Dios y qué bueno eres! Estarías pensando en tu pobre mujer, en el caliente endredón de pluma para proteger en invierno sus piernas hinchadas. ¡Cuánto te lo agradezco! Además haremos en invierno un riquísimo asado.
  --Es que... (se puso nervioso el viejo...) verás: cambié el ganso por una gallina.
  --Pues eso aún me parece mejor, porque con la gallina tendremos huevos frescos y polluelos. ¡Qué gusto verlos correr y piar alrededor de la madre! Y también haremos endredones de plumas y asados de vez en cuando.
  --Si, pero la gallina la cambié por este saco de manzanas podridas.


--------------------------------------SILENCIO INCÓMODO------------------------------



  Se echó a reir la viejecita con muchas ganas, diciendo:

  --Qué casualidad hombre.  No puedes pensar la alegría que me das.  Hoy quise preparar un buen guisado para cuando volvieras de la feria, y fui a pedir a la vecina 2 cebollas  que me faltaban.  Y, ¿sabes lo que me contestó? Como es tan avara, me dijo con aquella voz fingida que tiene: "Hay cuanto lo siento; no tengo en el huerto ni siquiera una manzana podrida".  Y mira, ahora voy a poder ofrecerle un saco lleno de manzanas podridas.  Ya ves que acierto has tenido (de hecho creo que fue suerte).  Estoy tan contenta, que has de permitirme que te dé un abrazo aunque estén delante estos señores.


  Abrazó a su viejito y le dio con alegria dos besos sonoros en las mejillas.  Los ingleses estaban boquiabiertos (cualquiera lo estaría), tuvieron que pagar lo que habían apostado y se despidieron de los aldeanos sin salir de su asombro.


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