"Una carta inesperada"


  RICARDO LIPTON contempló asombrado por un momento el telegrama que le acababa de entregar un mensajero.  Releyó las palabras:  "Ricardo Lipton, Universidad de Harvard.  Venga inmediatamente.  Su abuelo gravemente enfermo. (Firmado) S.R. Saunders."

  Las palabras penetraron como flechas en el corazón del muchacho.  Faltaba un mes para que empezaran las vacaciones, y Ricardo tenía el proyecto de pasar esos dias con 2 de sus compañeros de estudio en la cómoda casa de su abuelo.  Este le había escrito que lleve a los amigos que quisiera y le había dado referencias a lugares donde pudieran irse a divertir, pero no era el desvanecimiento de esta feliz perspectiva lo que había hecho palidecer al muchacho.  El anciano Martín Lipton había llegado a ser el padre y madre del muchacho cuando estos murieron en un trasatlántico en el que iban de viaje, el cual naufragó frente a la costa de Australia.  Aunque Martín Lipton era severo e inflexible para con los demás, su nieto poseía la llave de su corazón y era el objeto predilecto de su ternura.  Sin embargo, al recordar tristemente el pasado, Ricardo reconocía que su abuelo no le había hechado a perder.

  Hizo mecánicamente los preparativos para el viaje, y a las pocas horas ya estaba en el tren que corría devorando distancias.  Pero las horas parecían eternas.  Finalmente el viaje llegó a su término.  La gran casa situada en el cerro parecía rodeada de un silencio mortal cuando llegó el joven.  La anciana ama de llaves escocesa que le abrió la puerta le dijo al estrecharle la mano:

  -¡Ah, hijito, qué día más triste!
  -¿Como está abuelito? -preguntó Ricardo con ansiedad.
  -Creo que si hubieses llegado un día más tarde no lo hubieras encontrado con vida -fué la respuesta. -Voy a preguntar si puedes verlo.
  Volvió en seguida.
  -El doctor dice que entres; pero no hagas ruido -le dijo.

  En la penumbra, Ricardo vió, sentado junto a la cama, al doctor Saunders que tomaba el pulso del enfermo.  A su lado estaba la enfermera, con un vasito de medicina en la mano.  El médico hizo señas a Ricardo para que se acercara y el muchacho se arrodilló junto a la cama y escondió la cabeza entre las manos.  El señor Lipton abrió los ojos, y su mirada reflejó todo el afecto de un padre hacia su hijo, cuando murmuró:
  -Cuánto me alegra verte, Ricardito.

  Durante un rato guardó silencio, dominado por su alegría, mientras retenía en su mano la de Ricardo; luego volvió a hablar lenta y dolorosamente:
  -Ricardito... creo que te voy... a dejar, pero... he confiado al abogado... algo... para ti.  Prométeme... que harás... lo que te pido... cuando él... te lo comunique.

  Arrodillado al lado del que había hecho tanto por él, era fácil para Ricardo hacer la promesa.  A la puesta del sol, Martín Lipton murió.

  El día en que Ricardo pensaba volver a la universidad, el Sr. Weston, el abogado, le llamó por teléfono para pedirle que fuese a su estudio.  El señor Weston, amigo de la infancia del señor Lipton, recibió con tierna simpatía al joven.
  -Es voluntad de tu abuelo, Ricardo, que conozcas el contenido de su testamento  -explicó, y luego empezó a leer el documento.

  El señor Lipton había sido un filántropo generoso que se complacía en hacer bien con la gran fortuna que le había sido confiada, y había en su testamento muchos legados a amigos e instituciones.  Ricardo escuchó al abogado durante la lectura de toda la fraseología legal, pero su atención se sintió realmente atraida cuando oyó lo siguiente:

  "Lego a mi querido nieto Ricardo Ellsworth Lipton el resto de mis bienes raíces y personales, a él, sus herederos, y sus cesionarios para siempre, con esta condición: que él no entre en posesión de dichos bienes durante un período de 10 años a partir de mi muerte, y que no se le entreguen rentas de esos bienes que excedan a la suma de dinero necesaria para completar su educación.  Dicho gasto del dinero estará sometido a la inspección de Juan L. Weston.

  "Lego a mi nieto, Ricardo Ellsworth Lipton, mi "sobretodo negro" (abrigo), deseando que lo use durante el año escolar en la universidad de Harvard, y que cuando use dicho sobretodo no dé explicaciones por ello ni se ponga guantes".

  Cuando el abogado terminó de leer estas palabras, el rostro de Ricardo expresaba un gran asombro.  ¡El sobretodo negro de su abuelo!  No recordaba que su abuelo hubiera usado otro sobretodo que ese, de un estilo pasado de moda desde hace mas de 25 años.  Martín Lipton le tenía gran apego, a pesar de todo lo que su nieto le decía y hacía para disuadirlo de su uso.

  -Un sobretodo no es como las demás prendas de vestir, Ricardo  -le decía.  -Sirve mientras esté en buen estado.  No tengo reparos en usar éste.  Tal vez no sea de rigurosa moda, pero es abrigado, y cómodo, y éstas son las dos cualidades que debe reunir un buen abrigo.

  Y Ricardo se había consolado pensando que su abuelo podía hacer cosas que en otras personas hubieran sido consideradas extravagantes, sin que por ello disminuyera la estima de sus amigos.  Pero ¡pedirle a ÉL que usara ese sobretodo! ¡Era absurdo!

  -No comprendo, Sr. Weston -dijo finalmente. -¿Estaba... cree usted... está usted seguro que mi abuelo estaba en plena posesión de sus facultades mentales cuando escribió esa última cláusula?
  El abogado sonrió.
  -Sí, Ricardo, estaba en plena posesión de sus facultades -respondió y añadió mirando fijamente al muchacho: -¿Te pidió él que le prometieses algo antes de morir?
  Ricardo se estremeció al recordar las últimas palabras de su abuelo.
  -Si, y yo se lo prometí.. -dijo lentamente.
  -A eso se refería él -explicó el abogado. -Tú sabes, hijo mio, que tu abuelo era algo excéntrico y tenía ideas raras, pero si tu se lo prometiste, creo que serás bastante hombre como para cumplir tu promesa -dijo el señor Weston mientras estrechaba la mano del joven.

  Esa noche Ricardo Lipton regresó a Harvard y llevó de mala gana el sobretodo negro en su maletín.  Trató en vano de vencer el enfado que iba llenando su corazón.  ¿Por qué había aprovechado así de él su abuelo? ¿Qué se proponía al tratar de humillarlo de ese modo? Porque este pedido del Sr. Lipton había herido el lado sensible de Ricardo, que era exageradamente estricto con el aspecto de su persona.  Recordó más de una vez que su abuelo solía decirle: "Ah, Ricardo, temo que llegues a ser un petimetre; no permitas eso, hijo mio".

  Y que él, Ricardo Lipton, el joven mejor vestido de la universidad, tuviese que aparecer en público con un sobretodo viejo que se usaba 25 años atrás, era algo que no podía comprender, y sin embargo, lo había prometido.  Todo se hubiera podido arreglar explicando a sus compañeros el porqué, pero de ese modo... y al pensarlo, Ricardo apretaba los dientes.

  Pasaron semanas y el sobretodo no salió del fondo del baúl.  Llegó la primavera, de modo que ya era tarde para cumplir la promesa, y el sobretodo volvió con Ricardo a su casa.  El señor Weston saludó afectuosamente al joven, pero no hizo referencia al pedido del testamento, y Ricardo no dio explicación alguna.  Cuando volvió a Harvard en el otoño, el sobretodo fue con él.  Al poco tiempo empezó a atormentarlo la conciencia.  Dondequiera que estuviera y cualquier cosa que hiciese, se presentaba ante sus ojos la visión del sobretodo negro y comprendió que debía decidirse a tomar una resolución.

  Los días frios del otoño obligaban a llevar abrigo, y cierta tarde, Ricardo, después de una larga y tediosa lucha interna, se dijo riendo: "¡Bah! ¿Qué me importa lo que diga la gente?" y una hora después emprendió el camino a la ciudad con el sobretodo puesto y sin llevar guantes, según las instrucciones del testamento.  Había pasado casi de largo junto a un grupo de jóvenes sin que éstos le reconocieran, cuando uno exclamó:
  -¡Lipton! ¿Qué se te ha ocurrido? ¿Quieres crear una nueva moda?

  Ricardo se rió junto con los que lo hacían a sus expensas, pero ninguna pregunta consiguió hacerle dar la explicación.  Fué una tarde incómoda para el muchacho.  Le parecía que ese día todos sus amigos habían ido también a la ciudad, pero el peor momento fué el del encuentro con Margarita Standish, la niña más admirada de la ciudad, que estaba con algunas amigas.  Lo mismo que los muchachos, no lo reconocieron al principio; luego Margarita lo saludó alegremente, pero Ricardo sintió, más bien, que esa misma sonrisa se dibujaba en todos los rostros.

    Se sentía incómodo y ridículo con su largo sobretodo.  Pero en realidad la prueba no fue tan mala como Ricardo la imaginaba, pues tanto los muchachos como las chicas pasaron un buen rato riéndose de "la nueva hazaña de ricardo", según la llamaban.

  Cuando volvía a su casa, Ricardo sintió en los dedos un dolor producido por el frío e introdujo las manos en los bolsillos del sobretodo.  En uno de ellos tocó un papel, y al sacarlo vió que era un sobre dirigido a él por su abuelo.  Luego lo abrió y leyó las siguientes palabras en el papel que había dentro:

  "Querido Ricardo:  Me imagino que pasará algún tiempo antes que encuentres esta carta, pues creo que conozco bien a mi nieto.  Hay en ti elementos que pueden hacerte un gran hombre, Ricardo, pero te preocupas demasiado por lo que la gente pueda decir de ti.  Un hombre puede ser un maniquí viviente y con todo ser hombre, pero no llegues hasta el extremo de temer salir a menos que estés seguro de ser considerado un modelo de elegancia.  Si todo se redujera a prendas de vestir, la cosa no sería tan terrible; pero este principio de temer lo que la gente pueda decir de uno a menos que vaya vestido impecablemente, puede afectarte en cosas más serias de la vida.  Por eso se me ocurrió someterte a esta prueba.  Habrás tardado un poco para hacer lo que te pedí, pero estoy seguro de que al fin lo cumpliste.  Es poco lo que te he pedido, pero sé cuánto te habrá costado, porque lo habrás hecho sin saber cómo iba a terminar; sin embargo, me lo prometiste, y nunca he sabido que faltaras a una promesa.  No tienes porqué volverte a poner el sobretodo después de leer esto, pero comunícate en seguida con el señor Weston.  Te deseo buena suerte y éxito, hijo mío; y que siempre soportes las dificultades futuras de la vida como soportaste ésta. (Firmado) TU ABUELO."

  Ricardo no se avergonzó de las lágrimas que derramó al terminar de leer la carta.
  -¡Qué cobarde he sido! -murmuró, -pero me alegro de no haberme echado del todo atrás.

  El Sr. Weston sonrió cuando leyó el contenido del telegrama que al día siguiente recibió de Ricardo, y más aun cuando dictó la siguiente respuesta: "Felicitaciones.  Has soportado la prueba.  Entras en posesión de los bienes de tu abuelo el día de tu graduación en la universidad".

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